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El legado criminológico de Jane Goodall frente a los delitos ecológicos

Publicada el 03/10/2025 por Victoria Pascual

Para las personas que trabajamos en profesiones relacionadas con la protección del medio ambiente, la pérdida de Jane Goodall ha sido inmensa. La recientemente fallecida primatóloga no solo transformó la etología; también dejó una hoja de ruta eficaz para prevenir y combatir delitos contra el medio ambiente que hoy son negocio para redes transnacionales. Su legado es clave para la criminología verde: conecta ciencia, comunidades, educación y aplicación de la ley.

Desde una mirada criminológica, Goodall actuó sobre tres frentes delictivos prioritarios. Primero, la trata y el tráfico ilegal de fauna silvestre (IWT, por sus siglas en inglés), con especial énfasis en chimpancés y grandes simios. Denunció la captura de crías para el mercado de mascotas exóticas y el comercio de “bushmeat” como motores delictivos que alimentan redes organizadas, blanqueo y corrupción. El Instituto Jane Goodall (JGI) articuló una “estrategia triangular”: educación comunitaria, cooperación con policía/autoridades ambientales y rescate y acogida en santuarios. Esa arquitectura es puro diseño de prevención situacional: reduce oportunidades, incrementa riesgos para los infractores y ofrece salidas prosociales a las comunidades vulnerables.

Segundo, combatió los delitos contra el patrimonio forestal —deforestación e tala ilegal— vinculados a la expansión agrícola, el carbón vegetal y economías de subsistencia empujadas por la pobreza. Su respuesta fue conservación liderada por la comunidad (programas como TACARE) y monitoreo forestal con apoyo tecnológico, integrando a aldeas y guardabosques. Para la criminología, esto es traduce en un mayor control social informal + la capacidad del guardián: cuando la comunidad se beneficia del bosque, disminuye la connivencia con taladores y cazadores furtivos.

Tercero, presionó contra la caza furtiva y los mercados de marfil que financian cadenas delictivas. Goodall defendió prohibiciones y controles más duros sobre comercio e importaciones, argumentando que la “legalidad parcial” sirve de paraguas al contrabando —una observación alineada con la literatura sobre mercados híbridos y oportunidades de blanqueo. También alzó la voz contra la caza de trofeos, señalando sus daños éticos, ecológicos y criminógenos. En paralelo, campañas como ForeverWild atacaron la demanda (prevención terciaria) con mensajes basados en evidencia y colaboración internacional.

Más allá de la denuncia, Goodall institucionalizó mecanismos de respuesta. Sus equipos y socios rescataron y reubicaron grandes simios procedentes del tráfico y el entretenimiento en santuarios acreditados (por ejemplo, Chimp Eden, en Sudáfrica), cerrando el ciclo de la estrategia triangular: investigar–prevenir–asistir a las víctimas no humanas. Esta dimensión “victimológica” —habitualmente olvidada— es central para una criminología verde con enfoque de bienestar animal y justicia ecológica.

El valor añadido para la criminología está en el cómo: Goodall convirtió la investigación etológica en inteligencia aplicable. Al mapear conductas y hábitats, su Instituto generó datos útiles para enforcers, priorizó áreas de riesgo, diseñó educación dirigida a mercados locales y articuló redes transfronterizas contra el IWT. Creo, por lo tanto, un modelo replicable: 1) diagnóstico empírico de amenazas (quién, cómo, dónde); 2) diseño de controles (patrullaje mixto, normativa, sanciones efectivas); 3) intervenciones de oportunidad (alternativas económicas, becas, empleo forestal); 4) campañas de demanda en países consumidores.

En tiempos de crimen ambiental globalizado, Jane Goodall nos deja una estrategia con evidencia y humanidad. Nos recordó que los delitos ambientales no son “faltas sin víctima”: dañan comunidades, biodiversidad y salud pública, y sostienen economías criminales. Su legado nos compromete a investigar con rigor, cooperar con las fuerzas y autoridades ambientales, empoderar a las comunidades y reducir la demanda que lubrica estos mercados. Que su ejemplo nos sirva para afinar políticas públicas, marcos sancionadores y prácticas de prevención que protejan, por fin, a quienes no tienen voz.

Gracias y hasta siempre, Jane Goodall.

Fuente de la imagen: El País

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