En la edición del 20 de septiembre de 1886 del periódico El Mundo Femenino nº 2 (Madrid), aparece un breve texto titulado “Accidentes femeninos” que, de manera aparentemente anecdótica, describe una serie de infortunios o incidentes que afectan a las mujeres de la época. Si bien el contenido intenta mostrar ―con tono ligero o incluso humorístico― situaciones cotidianas en las que las mujeres sufren caídas, percances domésticos u otras desgracias menores, la forma en que estas noticias se presentaban resulta reveladora de los estereotipos y prejuicios sociales de finales del siglo XIX.
En la España de finales del siglo XIX, la prensa femenina surgía como un espacio supuestamente dedicado a los intereses de las mujeres, pero a menudo perpetuaba roles y narrativas tradicionales. Bajo la apariencia de difundir información de actualidad para las lectoras, solía reforzar arquetipos de la “buena esposa”, la “mujer frágil” o la “mujer virtuosa”. En este sentido, al reseñar incidentes cotidianos como “pequeñas catástrofes” únicamente relacionadas con la feminidad, el periódico se sumaba a la construcción de un imaginario que pintaba a las mujeres como seres delicados y propensos a los accidentes por “naturaleza”.
Desde la óptica criminológica, la importancia de estas representaciones radica en que generan un discurso que puede llegar a justificar la intervención ajena (familiar, social o institucional) sobre la mujer, percibida como incapaz de evitar riesgos y, por extensión, incapaz de protegerse a sí misma de situaciones más graves (como la violencia machista). Ese estereotipo de vulnerabilidad refuerza la tutela masculina, pues se consideraba que toda forma de protección debía provenir del hombre (padre, esposo o hermano), ubicando a la mujer en un plano de dependencia.
El tono aparentemente benévolo con que el artículo “Accidentes femeninos” describe caídas y percances domésticos puede llevar a la trivialización de la experiencia femenina. Se enfatiza la torpeza, la distracción y, en ocasiones, la “vanidad” de las mujeres ―por ejemplo, si un tropiezo sucedía al exhibir un nuevo vestido o al usar calzado poco práctico― como causas únicas del “desgraciado accidente”. Este relato convierte a la víctima (la mujer que sufre el accidente) en culpable parcial de su situación, aludiendo a una supuesta falta de cuidado o a su “carácter descuidado”.
Desde el punto de vista criminológico, cualquier forma de responsabilización de la víctima en los discursos mediáticos contribuye a un modelo cultural que, llevado al extremo, también puede justificar agresiones más graves: cuando se culpa a la mujer de no haber sido lo suficientemente “prudente” o “cauta”, se establece un patrón de culpabilización de la víctima. Aunque “Accidentes femeninos” no hable explícitamente de delitos o violencias físicas, la lógica de responsabilizar a la mujer de su propio infortunio sienta las bases para justificar discursos que minimizan la violencia contra ellas y que cuestionan su credibilidad o diligencia al enfrentar situaciones de peligro.
La reiteración de términos como “delicadeza” o “fragilidad femenina” en la prensa decimonónica apunta a la construcción de un ideal de feminidad basado en la debilidad física y la obediencia social. Estas descripciones, al ser publicadas en medios dirigidos a mujeres, funcionaban como espejos que devolvían una imagen estereotipada de lo que “se esperaba” de ellas: pasividad, torpeza en los espacios públicos y destreza reducida al ámbito doméstico.
Bajo la mirada feminista, es fundamental señalar cómo el lenguaje y la selección de contenidos periodísticos sostienen las relaciones de poder. Cuando el medio insiste en la casualidad y lo anecdótico de cada “accidente”, se minimiza la reflexión sobre las condiciones estructurales que podían propiciar esos percances (por ejemplo, la falta de infraestructuras seguras, de salud laboral para las trabajadoras domésticas o de ropas y calzados funcionales en contraposición a las modas constrictivas de la época). El énfasis en la anécdota individual desvía la atención de cuestiones sociales más amplias que podrían explicar por qué las mujeres vivían situaciones de mayor vulnerabilidad.
Desde la criminología crítica, estas pequeñas crónicas del pasado sirven para observar la manera en que la opinión pública de la época construía nociones sobre el delito, la responsabilidad individual y el control social sobre las mujeres. Si bien “Accidentes femeninos” no abarca directamente conductas delictivas, sí se enmarca en un esquema de control simbólico: describe los tropiezos, caídas y heridas como algo inherente a la condición femenina, reforzando la idea de la mujer necesitada de supervisión y protección.
El feminismo, por su parte, subraya la importancia de analizar cómo estos relatos aparentemente inofensivos contribuyen a normalizar la subordinación de las mujeres. Al enfatizar las “torpezas” y los “cuidados” que las mujeres requieren de otras personas ―generalmente hombres―, la narrativa mediática cimenta la desigualdad de género bajo el manto de la “caballerosidad” o la condescendencia. Esta visión paternalista desvía la atención de las verdaderas causas estructurales que mantienen a las mujeres en una posición de vulnerabilidad.
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