El reciente caso de la profesora de guardería investigada por supuestas agresiones a bebés, captadas en vídeo gracias a la iniciativa de una auxiliar en prácticas, ha generado gran conmoción en la opinión pública. Según la noticia publicada en 20minutos.es, la Policía está recopilando pruebas para determinar la responsabilidad de la educadora, cuya conducta violenta fue registrada en secreto por la persona en prácticas. Aunque estos hechos aún están bajo investigación, lo ocurrido pone de manifiesto la necesidad de reflexionar sobre el maltrato infantil y de adoptar una perspectiva criminológica para comprender sus causas y prevenirlo.
Desde el punto de vista de la criminología, el maltrato infantil abarca toda acción u omisión que ponga en riesgo el bienestar físico o psicológico de un menor, especialmente cuando proviene de una figura de confianza o cuidado. La guardería —un entorno que debería ser sinónimo de protección y estimulación positiva— se convierte en un escenario crítico si el personal no cuenta con la formación, la supervisión o la idoneidad necesaria. Los más pequeños se hallan en una situación de extrema vulnerabilidad: su escasa capacidad comunicativa y su dependencia de los adultos facilitan que las agresiones pasen desapercibidas o no sean denunciadas con la inmediatez que se precisaría.
En este tipo de situaciones, la teoría de la actividad rutinaria aporta un marco relevante. Según esta corriente, los delitos pueden ocurrir cuando confluyen tres elementos: un infractor motivado, una víctima idónea y la ausencia de un guardián eficaz. En la guardería, la “víctima idónea” serían los bebés, que no poseen medios para defenderse ni denunciar; el “infractor motivado” sería una persona con acceso directo a los menores y que, por diferentes factores (estrés laboral, falta de empatía, posible psicopatía o problemas personales no gestionados), recurre a la violencia. Por último, la “ausencia de un guardián eficaz” se evidenciaría en fallos de supervisión por parte del centro y en el silencio de compañeras, también detenidas, aunque en este caso la valiente actuación de la auxiliar en prácticas logró destapar las agresiones.
Para prevenir estos hechos, es fundamental reforzar las medidas de control y supervisión en guarderías y centros de atención infantil. Esto incluye un proceso de selección de personal más exhaustivo, evaluaciones periódicas —tanto físicas como psicológicas— y la implantación de sistemas de vigilancia o protocolos de denuncia interna que protejan a los trabajadores dispuestos a informar sobre comportamientos irregulares. Asimismo, la capacitación constante del personal en técnicas de disciplina no violenta y en la gestión emocional es esencial para evitar estallidos de agresividad.
Por otra parte, el rol de las familias no debe subestimarse: la comunicación fluida con los hijos, aun siendo muy pequeños, y la observación de posibles cambios en su comportamiento o señales físicas sospechosas pueden resultar claves para detectar a tiempo situaciones de maltrato. Del mismo modo, la implicación de la comunidad y la colaboración con las fuerzas policiales o instituciones especializadas contribuyen a crear redes de protección más sólidas.
Este caso real —tan impactante como lamentable— subraya la importancia de abordar el maltrato infantil con un enfoque integral y preventivo. La criminología ofrece herramientas para entender mejor las causas y la dinámica de estos actos violentos, al tiempo que propone estrategias de supervisión y control que salvaguarden la integridad y el desarrollo de los menores, especialmente en espacios que deberían ser sinónimo de cuidado y protección.